Emboscada de distorsión

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Lejanos son aquellos días de gloria. Las odas, las elegías, los loados nombres; el bélico desgaste de la historia todo lo ha cubierto bajo un manto de insondable corrupción. La tierra pestilente de Azeroth madura áspera como la sangre guerrera que la nutre. También sus hijos, a su vez.

La feroz Archidruida Emboscada, comandante de la Alianza en los albores del IV Ciclo, por aquel entonces conducía a su temerario "ejército invisible" hacia una conquista segura sobre las afiladas cordilleras de Filospada. Su carisma, su sentido del humor, sus buenas maneras, todo había mudado en ella con el paso de los siglos. Solamente hablaba para organizar formaciones de batalla, en gritos cada vez más animales. Sus druidas le admiraban, los humanos le desconfiaban, las Nobles Causas ya no motivaban a los ejércitos, nada más que una irracional violencia sin fin.
Ella se había acostumbrado a participar en los combates cual soldado de primera línea. Se abalanzaba, aullando cosas ininteligibles. Estaba en su medio, ya ni siquiera se preocupaba de las armaduras, iba siempre desnuda, se erizaba en la noche, infrahumana, roja mate de sangre fresca, luego oscura y resquebrajada de sangre seca, siempre atenta y silenciosa como los felinos.

Su campaña había sido exitosa hasta aquel nefasto día. Todos escucharon el quejido de la doliente tierra antes y después de empezar la batalla. Hacia el final, ella desbordaba poder arcano y gracia natural, sus raíces se cobraron cientos de vidas indiscriminadamente, perdió el control. Fue el aullido de la tierra, fueron el viento y los relámpagos; la tierra reclamó lo suyo, la sierva acató el deseo.

Por entonces se la acusa de Alta Traición desde el poder judicial del Alto Tribunal de Ventormenta, por masacrar fríamente a sus propias filas según testimonios de una disminuida escuadrilla de pícaros de sutileza sobrevivientes al incidente. Las relaciónes diplomáticas de humanos y elfos de la noche se deterioraban cada vez más por aquellos días.
Es la mismísima Lemon de La Alianza quien encabeza al grueso de maestros de bestias y demonólogos, encomendados por el Alto Mando para dar caza a la prófuga Archidruida. Los informantes y rastreadores presumían que se escondía con los abisales de los antiguos ecodromos. No obstante los pronósticos, no resulta complicado dar con ella. Los goblins estudiaban la poderosa anomalía mientras llegaban pálidas desde el arrasado Bastión del Martillo Salvaje. Lemon y su armada arriban allí al amanecer del segundo día de combate. El panorama es desalentador.

Si bien habían peleado espalda contra espalda durante los Días de Gloria, apenas reconoce a Emboscada. Se asemeja ahora a una entidad del vacío, aunque casi no se le distingue a través de todos los vórtices que orbitan en su perímetro. Ha cambiado, ya no entra en razones, los negociadores y mensajeros jamás regresaron, la respuesta fue siempre violenta y negativa.
En su arrebato, son los demonólogos los primeros en atacar, desobedeciendo la orden de su comandante. Ciegos de codicia por el magnífico poder que se cierne sobrevolando el fuerte, envían a sus esbirros hacia la muerte segura, los vórtices se encargan de la mayoría, arrastrando inclusive a sus amos por medio de sus sangrientos pactos. Otros nigromantes, en cambio, no pierden el tiempo, se concentran en canalizar la energía para dominarla, obligando así a una lenta retirada de la Archidruida del Bastión que ya es apenas un desolado túmulo.

Lemon ha perdido el control de sus brujos, aunque ha parapetado artilleros de puntería por toda el área. Los suboficiales organizan en tanto a los refuerzos. La batalla se desplaza hacia el Norte dejando un rastro de destrucción colosal, y Tormenta Abisal parece por fin al borde del desprendimiento. Las bajas por los terremotos son incontables, aunque llegan nuevas tropas desde todos los rincones de la galaxia, miles de poderosas entidades, atraídas por el misterioso fenómeno de distorsión.
Hacia medianoche, más de un millón de combatientes de diversas facciones y clanes se reagrupan entre lo que queda de Tormenta Abisal, Emboscada y el mismísimo vacío abisal, preparados para un ataque devastador, listos para morir acaso por la salvación del gran asteroide espacial conocido como Terrallende.

No obstante la situación se torna favorable para los ejércitos reunidos, la tensión llega a un punto culminante cuando hacen su aparición desde las profundidades de la tierra un millar de demonios desde todos los rincones del oscuro cosmos, cuyo nombre aún se conoce y acaso jamás se olvide: La legión Ardiente. Emergen de entre los escombros y caen como flechas en la noche oscura. Los ejércitos rompen filas, la confusión es total: ¡La legión ardiente aquí, ahora!
En la cima de esa confusión, Emboscada se deshace de un millar de canalizaciones mágicas. Luego, sus vórtices abisales parten la roca con un estruendo ensordecedor, apropiándose literalmente de un ciclópeo pedazo de la Tormenta Abisal. Una lluvia de soldados, cristales de vacío, rocas y cadáveres se precipita en caída libre hasta perderse de vista en lo más oscuro del vacío. Ahora Emboscada parece un meteoro que se desplaza fuera de escena a gran velocidad, en ascensión espiralada y desaparece al fin tras el manto de ese cielo preñado de venenos. Abajo, la batalla es reñida pero la sorpresiva invasión demoníaca ha generado una situación favorable para la Legión. Pronto las masas de infantería y ardientes legionarios se entrelazaron bajo una niebla de sangre vaporosa.

Pero fue entonces cuando llegó, veloz como desde el vacío que todo lo compone. Hubo un estallido hermoso, casi sereno, de distorsión abisal. El tiempo se detuvo allí dentro. En esa eternidad, cientos de miles de conciencias desaparecieron para siempre, los demonios se desmaterializaron hasta su infinito destierro. Allí no quedó ni rastro del combate, ni de nadie, ni de nada, sólo un cadáver desnudo, límpido y pálido como el amanecer, que ya empezaba a despuntar. Los testigos, realmente pocos, acaso los mejores, vieron que la batalla concluía. ¡Tanto se había perdido!

Lemon en persona escoltó hasta la Ciudad Santa el cuerpo sin huésped de la jóven Numa. La anciana Tyrande le preparó un funeral modesto donde los elfos oscuros lloraron la pérdida definitiva de la jóven Numa y la partida de su huésped, Emboscada. Los elfos nocturnos volvieron a cantar. Asistieron muchos veteranos, ancestros antárboles, viejos y afamados héroes, y mutilados sobrevivientes de la tragedia. El silencio abisal se había establecido también en ellos, y fueron al fin libres de los pensamientos egoístas que motivan a la guerra, para siempre.

Desde lo profundo de bosques tan antiguos como el mundo, bestias y alimañas concertaron con la mera noche, entonando una sosegada melodía a la bóveda celeste. Un cometa fantasmal rayó vagamente ese cielo. Y es masomenos así como las ancianas bestias contaron a las nuevas generaciónes esta curiosa historia.

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Ideado y redactado por Emboscada - Druida 70 - Radical Server - Enero de 2009.

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